La historia gira en torno a la participación comunitaria: el arte de convivir con los vecinos tomando decisiones día a día, organizando el futuro de nuestro entorno, gestionando el territorio que habitamos, cultivando alegría.

El largometraje centra su atención en Orallo (comarca de Laciana, León) y Amatlán (Sierra Norte de Oaxaca, México): un pueblo vivió del oro; otro, lleva oro en el nombre. Dos localidades que, sin embargo, saben que hay cosas que tienen más valor que este metal. Entre ellas, su tradición asamblearia y su participación política: de forma cotidiana y no cada cuatro años; de forma directa y no delegada.